martes, 27 de mayo de 2014

Un cuento cualquiera: LOGOTROPIA Y LA PALABRA


Hacía ya bastante tiempo que en el planeta Logotropia la palabra había inundado los oídos de sus habitantes animados.
Al principio, la palabra surgió del ritmo que los instrumentos con los que los artrópodos inteligentes de logotropia comenzaban a construir sus primeras guaridas para refugiarse del sol, que en ese planeta se convertía en el principal enemigo para la vida, p...or su excesiva proximidad. En esos tiempos todos eran felices al acompasar sus desconocidas voces con esos sonidos secos de piedras que chocaban entre sí; todos gruñían a diferente tiempo que sus compañeros de solar, pero poco a poco comenzaron a comprobar que el efecto que producía en sus oídos el resonar de varias de sus gargantas al unísono, les removía las entrañas, de alguna manera, les hizo entender que eran uno, que eran prácticamente lo mismo y que los que se oían entre sí formaban parte del mismo grupo de seres que luchaban por sobrevivir al sol de Logotropia. Gracias a esos ruidos intercambiaron piedras para construir sus parasoles y comprobaron que se eran útiles entre sí.
Un buen día, en una de esas comunidades de artrópodos parlantes, uno de ellos decidió elevar sus sonidos sobre los de los demás y modificar el ritmo de su voz con respecto a las piedras con las que golpeaba los cantos que empleaban para curtir las plantas que les protegían de los rayos. Soltó sus útiles de trabajo y se dedicó a cantar. En ese momento creyó que su vida podría acabar, al no ser práctico para la comunidad, pero lejos de ello, los demás miembros del grupo le rodearon y comenzaron a imitar sus caóticos sonidos arrítmicos, esos sonidos que les hacían diferentes, individuos independientes, a esos sonidos los llamaron logo, y mucho después, palabras. El primer artrópodo que usó el logos, descubrió el poder de su garganta, se sintió superior a sus vecinos de solar. Su atrevida idea le había llevado a pensar que al día siguiente inventaría otra serie de sonidos nueva, que haría que los logótropos volvieran a rodearle e imitarle. Así ocurrió, y poco a poco los artrópodos comenzaron a permitir a ese igual que amenizara sus mañanas de trabajo diurno con sus originales logos, evitándole la pesadez de curtir hojas a cambio de su excepcionalidad. Con el paso de los meses, los días transcurrían lentísimos para el primer logótropo parlante, mientras observaba trabajar a los que antes eran sus iguales. El tedio de los días hizo que éste, intentara conocer a sus vecinos por medio de sonidos, consiguiendo diferenciarles por sus rasgos particulares, de manera que todos los días que se sentaba al sol a emprender su nueva mañana de cánticos, comenzaba a echar de menos, a saber los horarios, gestos y costumbres de los que trabajaban a su lado. A cada uno lo distinguió con un sonido diferente que equivalía a su rasgo más característico. Uno dormía más, otro sonreía al conseguir terminar su trabajo, otro intercambiaba sus hojas poco trabajadas a su compañero, siempre disperso, y este juego comenzó a alegrar los días de nuestro primer parlante, mientras que sus sonidos se multiplicaban tanto como habitantes había en el poblado. Cuando descansaban, momento que ocurría cada día de luna llena del mes, los trabajadores adoraban al parlante, y este, en agradecimiento y para sentirse menos solo, les regaló su nombre.
Pronto, los artrópodos aprendieron todos los nombres propios de sus compañeros de aldea y con ellos, su significado, de manera que se sintieron felices al poder ordenar su caos cuando, por ejemplo, eran capaces de llamar al vecino preciso que les facilitara las lascas de piedra que necesitaban para terminar su trabajo, o podían reclamar agua al tener sed a quien tenía un cántaro. Poco a poco el primer parlante consiguió manipular los sentimientos de sus iguales, porque los nombró tras su experiencia y observación, entonces, la palabra surgió de lo que antes no había existido por no ser definido. Este logótropo primigenio envejecía y decidió reproducirse para enseñar el lenguaje de los sentimientos a sus hijos, que serían los que ordenaran las actividades y conductas de sus respectivos coetáneos.
Poco a poco los descendientes de este primer parlante pensaron de qué manera los sentimientos de sus vecinos podrían combinarse de la mejor manera posible para conseguir que fueran semejantes a ellos mismos, poseedores del conocimiento y catalogación de las actitudes y comportamiento de los habitantes de las tierras del sol. Fue entonces cuando crearon unas normas basadas en la imitación (la única capacidad que sus vecinos conocían) de las habilidades que adornaban a sus iguales :“destreza”, “esfuerzo”, “alegría”, “amor” e “inteligencia” y con más o menos atino, estos pequeños artrópodos comenzaron a diferenciarse en su interés y capacidad de éxito en el arte de la imitación de los “sentimientos buenos”, aquellos que les conducían a la plenitud.
De esta manera surgió el amor por la palabra en los artrópodos de ese solar de Logotropia, la palabra les había dotado de unicidad por medio de la imitación, de modo que alcanzaron un desarrollo total del conocimiento de los sentimientos constructivos y por ende, de los destructivos, habiendo prevalecido entre ellos siempre la imitación de lo que ellos llamaban “ el saber de sombra”, aquel que les procuraba la vida y les evitaba la destrucción. Los diferentes pueblos de las llanuras de logotropia habían ido desarrollando a su manera un modo de conocerse a sí mismos y entre sí, pero los primeros logótropos de cada tribu, habían tomado decisiones diferentes acerca de si querían compartir con sus vecinos el conocimiento de la diferenciación de actitudes que la observación por su tiempo libre les había permitido aguzar, pues ellos eran adorados y preferían mantener su unicidad a compartir su saber. Estos pueblos no fomentaron la palabra, pero se hicieron fuertes, pues el logótropo primero estableció unas normas acerca de actitudes de trabajo a imitar, que sus vecinos debían de seguir para protegerse a la sombra, crecer y alcanzar a las ciudades que poseían el codiciado saber de las actitudes y que tan en peligro ponían sus controles oligárquicos del trabajo.
Las primeras ciudades se hicieron amables para sus habitantes, entre los que destacaban los aristoi, aquellos logótropos que más exquisitamente habían desarrollado el saber de la sombra, para guiar a su pueblo hacia nuevas y mejores imitaciones de sentimientos constructivos. Las sociedades de saberes aristoi fueron perfeccionándose a la vez que olvidaban el significado original de las palabras, porque en su imitación del conocimiento habían obviado el observar en cada uno de ellos algunas cualidades que les hacían no sólo perfectos, sino únicos por alguna pequeña imperfección que les llevara a un replanteamiento de sus principios. Es por ello que comenzaron a olvidar el logos, lo original, y se perdieron en una maraña de palabras relacionadas con la excelencia, entre las que cualquier concepto intruso sería igualmente imitado por el no cuestionarse lo que podría hacerles felices y únicos, al superar los problemas básicos de existencia debido al calor solar.
Es en ese momento de plenitud y de decrepitud simultánea de la sociedad artrópoda aristoi, cuando a su ciudad de perfecta sombra llegó un pueblo vecino de logotropia gobernado por un euloi, el que posee el saber único de las palabras trabajo, y cuya estirpe habían conseguido que su ciudad creciera de un modo más rudimentario que la ciudad del conocimiento aristoi, pero a la vez paralelo, por la desvinculación de sus artrópodos con la realidad, la observada y la conocida, respectivamente. Los aristoi observan que el gran euloi es representativo de lo algunas de las cualidades que ellos consideraban necesarias para el saber, y por lo tanto le cedieron el gobierno de la ciudad. Los ciudadanos euloi desconocían los saberes aristoi, y por ello continuaban con su incansable trabajo productivo de ampliación de su rudimentaria ciudad. Mientras, los ciudadanos aristoi, habiendo olvidado el arte de la observación, comenzaron a no saber expresar en nombres las cualidades de sus nuevos vecinos, y con esa frustración, también le perdieron el sentido a emplear el habla, pues sus palabras no eran entendidas por el jefe euloi, al considerarlas poco productivas. De esta manera, las palabras de acción del trabajo borraron las del primitivo conocimiento de la observación de la cualidad del ser y toda la sociedad de Logotropia se vio avocada a la vuelta del canto unísono al ritmo de sus primitivas herramientas de curtir.

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